sábado, 29 de enero de 2011

¿Nos calentamos, nos enfriamos... o simplemente no pasa nada?

A mí me resulta tan disparatadamente evidente que no consigo entender como los demás no lo ven claro.  Los políticos, los medios, los catastrofistas de todo género y la mayoría de esa clase media que pretende pasar por lista o tal vez incluso por culta, se ponen todos muy serios cuando hablan del cambio climático. La inmensísima mayoría de ellos no tiene ni la más remota idea de lo que significa la palabra modelo en física y, sin embargo, apoyándose en lo que ellos creen que dicen los sabios del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, defienden con saña y con argumentos aparentemente sólidos las tesis de dicho Grupo.
Vamos a ver, es que hasta el nombre del Grupo hace levantar sospechas: ¿espera alguien que el "grupo de expertos sobre el cambio climático" concluya que no hay cambio climático?  Es algo simple señores, incluso vulgar: les va el salario en ello.  Podrían haber sido más taimados y llamarse algo así como "Grupo de Expertos sobre el Comportamiento del Clima", pero como son sabios, se dieron cuenta de que no haría falta; todo el mundo ha aceptado con naturalidad el nombre del Grupo, por sectario que suene.  Si una empresa del sector alimentario dijera mañana que, puesto que ella se autodenomina, por ejemplo, "La Empresa que Fabrica el Pan Auténtico", todas las demás panaderías son impostoras y que, por ley, tan sólo se le puede comprar pan a ella, estoy convencido que la idea -por ridícula- no prosperaría en absoluto.  Claro está, esa empresa argumentaría que le apoya la opinión de los que realmente saben elegir el buen pan, que las otras opiniones no tienen peso, pues provienen de los que no saben nada de panes.
El problema va más allá de si hay cambio o no, de si la Tierra se calienta o se enfría e incluso de si podemos o debemos hacer algo para poner remedio.  El problema está relacionado con algo muy profundo, con la esencia misma de la Civilización.  El problema es si debemos, como colectivo, basarnos en el método científico -que es o debería ser objetivo- o en la opinión de particulares prestigiosos, la cual -sea cual fuere el origen y la validez de su prestigio- siempre será subjetiva.
Yo creía que, a partir del Renacimiento, la respuesta a esa duda ya había sido aceptada por la totalidad de la parte lúcida de la Humanidad, pero me aterroriza ver que seguimos como en los tiempos en que se torturó a Galileo. Aun peor, la Ciencia corre el peligro de convertirse en dogma.  La Duda, motor impulsor del pensamiento lúcido, de la propia Civilización, está en grave riesgo de ser considerada herejía.
Llamo la atención sobre el hecho de que yo -como la inmensa mayoría de los seres humanos- no sé a ciencia cierta si hay o no cambio climático significativo y mucho menos, si ese cambio -de haberlo- es antropogénico, o sea, si está causado por el hombre.  La idea, la de que el clima está cambiando muy rápido y por culpa nuestra, es lo que en ciencia se llama una "hipótesis plausible", es decir, algo que tiene cierto sentido y que valdría la pena confirmar.  Un cambio climático como el que anuncia el Grupo tendría consecuencias ciertamente preocupantes y tiene sentido dedicar algunos recursos a comprobar si existe y si debemos y podemos hacer algo para evitarlo o para prepararnos adecuadamente, de ser inevitable.  Hasta ahí todo está bien.  Es algo tan obvio que ningún periódico lo publicaría como noticia ni merecería comentarios.

Y, por cierto, ¿de qué va eso de los modelos?  Lo explicaré en pocas palabras, simplificándolo mucho: La Física -y casi toda la Ciencia- se construye sobre la base de modelos.  Un modelo es una idea consistente, estructurada y muy bien definida que nos hacemos de una parte de la realidad y que, al menos en la física, se "matematiza", es decir, se describe mediante ecuaciones  La intención siempre es usar el modelo para hacer predicciones exactas, esto es, para saber cómo se comportará la realidad descrita por el modelo, pero en otras condiciones diferentes a las que ya conocemos. 
Por bonito que resulte el modelo, tiene luego que comprobarse mediante experimentos para que sea aceptado como válido.  Y que un modelo funcione en ciertas condiciones no significa que funcione en otras muy distintas.  De hecho, eso es lo que justifica que los científicos tengan un empleo: hay que buscar continuamente nuevos y mejores modelos según se descubran nuevos problemas o nuevas realidades.
Es más, todos nosotros -cultos o incultos- hacemos casi todos los días pequeños modelos para intentar predecir lo que ocurrirá después.  Por ejemplo, conocemos a una persona y nos hacemos una idea -sobre la base de nuestra experiencia acerca otras personas similares y de nuestro sentido común- de cómo es.  Luego nos servimos de esa idea o modelo para imaginar cómo reaccionará a una propuesta o una acción nuestra; si el resultado es el esperado, confirmamos nuestro modelo y lo podremos volver a usar, esta vez con mayor confianza.  Pero nuestra idea sobre una persona nunca es completa, pues siempre nos faltará información y, además, la gente cambia, con lo cual el modelo puede no ser válido siempre.  Eso explica que en muchas ocasiones la gente se comporte de manera distinta a lo esperado; decimos entonces que nos ha decepcionado, cuando deberíamos decir que nuestra idea -nuestro modelo- era incorrecto y por ello esperábamos algo que nunca iba a ocurrir de esa manera. 
En la Ciencia ocurre otro tanto: algunos científicos se aferran a su modelo y se disgustan cuando la realidad se empecina en comportarse de modo distinto a lo que el modelo predice. Y eso poco tiene que ver con el salario del científico; es un efecto secundario de la vanidad.
¿Significa entonces que la Ciencia no está formada por verdades, que no es fiable, que sus tesis son sólo parciales y temporales?  Sí, la respuesta es sí y no hay por qué preocuparnos.  La construcción de nuestra imagen sobre el mundo basada sobre modelos es el mejor método que hemos podido inventar hasta ahora.  Nos ha traído hasta este punto de bienestar y de desarrollo y podemos seguir confiando en él.  Pero no nos permite acceder a la verdad absoluta, tan sólo acercarnos a ella cada vez más y por diferentes caminos.  Todos los otros intentos de llegar a las verdades han resultado insuficientes o completamente inútiles.
Volviendo al tema del clima y el tiempo, hay una serie de modelos físico-matemáticos, con diferentes hipótesis de partida y distintos alcances en el espacio y el tiempo, que intentan describirlo con mayor o menor éxito. 
Algunos funcionan razonablemente bien a corto plazo (unos 3 ó 5 días) y para ciertas regiones no muy extensas.  Es con ellos que se hacen las predicciones que vemos en la sección de meteorología de los informativos de la televisión.  Hace 20 ó 30 años estos modelos eran muy malos y con frecuencia las predicciones no resultaban acertadas.  Al mejorar la potencia de cálculo de los ordenadores y disponer de abundantes datos históricos para confirmar o descartar las distintas variantes de los modelos, hoy en día tales modelos a corto plazo funcionan bastante bien y permiten que la sociedad se prepare con cierta antelación a la ocurrencia de accidentes meteorológicos los cuales, de no existir tales recursos, devendrían en tragedias.
El problema de los modelos que pretenden describir el clima a escala global y con un alcance temporal de centenares o miles de años, es que disponemos de pocos datos para elaborarlos y menos aún para confirmarlos.  De hecho, el único modo seguro de validarlos es esperar a que pase el tiempo y ver (medir) si ocurre lo que predicen o no.  Es como si pretendiésemos conocer toda la historia previa y saber cómo será el futuro del comportamiento de una persona de edad madura haciéndole una entrevista de dos horas.  Algo se conseguirá, es cierto, pero no será muy fiable.  De hecho, nadie en su sano juicio pretendería juzgar a  esa persona porque el "modelo" derivado de la entrevista prevé que dentro de diez años cometerá un crimen.  Pues bien, los políticos de hoy en día, en su mayoría, se muestran favorables a cambiar el orden socioeconómico existente por otro -indefinido y posiblemente peor- a partir de las conclusiones que los científicos del Grupo han extraído de sus limitados modelos a largo plazo.  Y en eso radica el otro peligro importante de la moda del cambio climático: actuar de manera radical sobre la sociedad y la naturaleza a fin de intentar resolver -que no es lo mismo que resolver- un problema que tal vez no exista.
Detrás de esa moda subyacen dos hechos, a mi juicio, inherentes a la naturaleza humana: la necesidad de un temor colectivo para que exista un cierto grado de coalescencia social, por un lado, y el pobre recurso emocional de imaginarnos poderosos para conseguir una cierta estabilidad mental ante la aterradora evidencia de nuestra ignorancia como individuos y como especie, por el otro.
El primero se consiguió con eficacia en la segunda mitad del siglo XX gracias a la Guerra Fría, que tal vez fue un invento genial o una espontánea y feliz casualidad, pero que, en todo caso y a un coste mínimo, permitió que la Humanidad se desarrollara hasta cotas inimaginables con la excusa del peligro de una hecatombe nuclear.  Nunca el miedo colectivo había sido tan productivo: Hoy, a resultas de esa fase, tenemos Internet, GPS, telefonía móvil y un sinfín de utilidades que tal vez nunca se hubieran materializado en un mundo tranquilo y feliz... Y lo mejor es que no hubo hecatombe...  Tal vez ahora alguien pretende que el nuevo "miedo necesario" sea al cambio climático y a sus terribles consecuencias.  Visto así, si funciona, bienvenido sea ese miedo, aunque sea infundado.
El segundo hecho es más intrínseco y casi pueril:  Pensad en ese niño pequeño que apunta amenazador con su pistola laser de juguete a su hermano mayor.  Se siente tranquilo pues se cree poderoso.  Igual ocurre con casi todos los ecologistas radicales, los catastrofistas, que creen a pie juntillas que la especie humana tiene en sus manos un poder inmenso, que le permitirá -si no se ponen cotas políticas- destruir la Naturaleza.  Y con esa sensación de poder se van a dormir tranquilos, con la esperanza de continuar al otro día con su revolución verde, que canalizaría todo nuestro (su) poder en aras del bien de la Madre Naturaleza y de la Humanidad.  Es que suena como un himno, ciertamente.  La buena -o mala, según se mire- noticia es que nuestro efecto real sobre la Naturaleza es casi insignificante porque nuestra capacidad energética es una fracción minúscula de toda la energía disponible y activa dentro de esa película fina donde vivimos, la biosfera.  La Naturaleza -a quien poco parece preocupar nuestro devenir y va a su aire,  produciendo sus propias hecatombes  con volcanes, tsunamis, hambrunas y epidemias desde la noche de los tiempos- no ha cambiado casi nada como consecuencia de nuestra presencia en el Universo y parece poco probable que consigamos alterarla en los próximos tiempos.
Pero las modas funcionan con leyes propias, tal vez objetivas.  No hay mucho que hacer y tal vez ni siquiera convenga hacerlo, si pudiésemos.  Sólo  disfrutar de la obra y comentarlo en un blog.