A partir de datos consultables en la web del Instituto Nacional de Estadística, en el año 2009 y en cifras redondas, el 35% de la población activa española tenía estudios superiores, mientras que en el caso particular de los asalariados, ese número llegaba al 40%. La otra porción de la población activa se repartía en un 14% con estudios primarios o inferiores, en tanto que un 51% del total contaba con estudios medios. Sin embargo, tan sólo el 26% de los empresarios podían exhibir un título universitario y casi el 20% de ellos tan sólo tenía estudios primarios. Dicho en pocas palabras: en España, estadísticamente hablando, los empresarios tienen un nivel de estudios claramente inferior al de sus trabajadores.
Por supuesto, no se me escapa que normalmente no hay una correlación manifiesta entre la cultura real –sea ésta la netamente espiritual o la otra, la funcional- y el nivel de estudios. Pero esta consideración no es útil en el análisis que aquí hago, ya que es igualmente aplicable a cualquiera de los subconjuntos a los que me refiero en el párrafo anterior. Parto del supuesto –para mí evidente- de que, en igualdad de otros condicionantes, los grupos humanos con mayor nivel de estudios suelen ser también los más cultos e inteligentes.
A la luz de estas cifras y de este supuesto, se aprecian claramente los siguientes hechos:
- Cuando los políticos afirman que uno de los problemas endémicos de España es la falta de formación de los trabajadores, una de dos, o no tienen la menor idea objetiva al respecto, o mienten a conciencia, a fin de justificar la baja competitividad de nuestra economía, ya que, en España, la distribución de población en función del nivel de formación es razonablemente uniforme. Sin necesidad de análisis comparativos respecto a otras economías –el eterno recurso infantil de compararnos con Europa-, el simple sentido común indica que, si tres o cuatro de cada diez personas que vemos salir todos los días de su casa a trabajar tiene estudios superiores, y tan sólo una o dos tiene únicamente estudios primarios, cabe preguntarse: ¿qué proporción de especialistas y directivos hace falta para que el trabajo de los que no lo son sea más eficiente? ¿Se imaginan un ejército con un oficial por cada dos soldados?.
- Asusta, aunque no sorprende, que el nivel de educación de la clase empresarial española sea significativamente inferior al de la media de la población activa. Este hecho deja de ser una simple anécdota estadística si se toma en cuenta que la mayoría de los empresarios, en las pequeñas y medianas empresas, son a la vez directivos y propietarios. Dicho de otro modo, en España, estadísticamente, los trabajadores son más cultos –y seguramente más inteligentes- que quiénes les dirigen o establecen las directivas estratégicas.
Y eso es lo que explica –me atrevo a afirmar que casi totalmente- la pobre competitividad de la mayoría las empresas españolas, manifiesta en infinidad de indicadores que sistemáticamente nos ponen lejos de los primeros puestos y las más de las veces, en la cola.
¿Elegirá un empresario que sea un semianalfabeto funcional, para un mando intermedio, a un profesional sólidamente formado, brillante y creativo, para que haga lo necesario a fin de que su empresa funcione mejor? Claro que no. Y no sólo porque el brillo de un subordinado más perspicaz haría evidente lo corto de sus luces –el complejo de lerdo admite poca gestión emocional-, sino porque su pobre formación y su escasa cultura no le permiten ver que, sea cual sea la empresa, las circunstancias y la época, el activo más valioso siempre será el conocimiento libremente aprovechable contenido en las mentes del equipo humano que la constituye.
Y digo “libremente aprovechable” para expresar que no basta con que en el grupo de los trabajadores haya un número considerable de ellos con diplomaturas, licenciaturas, masteres, doctorados y experiencia. Es necesario que los directivos favorezcan –o al menos, permitan- un ambiente de libertad, de premio a la creatividad, de participación constructiva, para que todo ese conocimiento potencial se manifieste, se multiplique en la interacción y se convierta en valor transferible al bien o al servicio que esa empresa ofrece a la sociedad.
El problema es de difícil solución inmediata, pues la ignorancia –cuando anda en compañía del poder, especialmente del poder económico- suele ir blindada dentro de una férrea coraza de arrogancia, que la protege de cualquier crítica e impide toda evolución.
Aclaro, para las mentes beligerantes, que estas consideraciones son de tipo general, basadas en mi experiencia y, sobre todo, en datos que se pueden consultar públicamente en la web de una institución oficial, muy respetable y muy creíble: el INE. Claro que hay muchos casos en los que lo general no es aplicable. No hablo aquí de lo que ocurre en algunas empresas españolas modernas, abiertas al mundo y competitivas, que las hay, ubicadas en excelentes parques empresariales, dirigidas por jóvenes universitarios emprendedores y dedicadas a producir novedades tecnológicas, muy estimadas en los mercados internacionales. No, todavía ésa no es la típica empresa española. Hablo de los hoteles de carretera, de los talleres de corte y mecanizado, de las constructoras de barrio, de las cooperativas agrícolas, de las tiendas, de fábricas de embutidos… de lo simple y lo frecuente, que es lo que a fin de cuentas define la tendencia.
Afortunadamente para nuestra sociedad, la burguesía –incluso la iletrada- siempre ha estado obsesionada en dar estudios a su descendencia. Es de esperar, por lo tanto, que los herederos en ciernes sean los llamados a revolucionar y modernizar la empresa española.
Mientras tanto, no estaría mal que pensáramos entre todos cómo hallar mecanismos para estimular la culturización de la clase empresarial española, pues los empresarios –sean universitarios o analfabetos- son la única clase capaz de activar y sostener el funcionamiento de una economía de mercado.
N.B.: La web del INE es:
No hay comentarios:
Publicar un comentario