Vivimos en la era de las tonterías. Antes –antes de Internet, quiero decir- la proporción de tontos era aproximadamente la misma que ahora, pero el cretino de turno, o el iletrado o el demagogo, tenían un radio de acción muy limitado; sus idioteces alcanzaban tan sólo a los amigos cercanos, a su familia o al que tuviera la mala suerte de oírle en el bar.
Hoy en día, tras la revolución tecnológica en las comunicaciones –más bien tras el abaratamiento y accesibilidad de los media-, cualquiera que pueda teclear rudimentariamente tendrá, si lo quiere, su espacio de multidifusión. Por otro lado, la avidez patológica inherente a la mayoría de los primates –hemos sido recolectores durante mucho mas tiempo que lo que llevamos de internautas-, expresada en este caso en el deseo incontrolado de tener mucha información, toda la información, por parte de unos, y de “recolectar” todo el dinero que se pueda, por parte de otros, conduce inevitablemente a la proliferación de artículos, blogs, “tutoriales” y periódicos digitales. Es imposible alimentar de información buena y novedosa a todo ese gigantesco sistema automultiplicativo.
Y entonces ocurre lo que ocurre: la calidad de la información se diluye en el solvente del poco sentido común, de la incultura y de la falta de rigor de muchos comunicadores; la información deja de serlo, pero lo sigue pareciendo.
Estas reflexiones han tomado cuerpo a partir de un artículo que leí ayer en ABC Tecnología: “IBM fabricará superordenadores…”. El autor afirma que “se estima que a día de hoy el 2% de la energía total del mundo va destinada a estos equipos informáticos”, o sea, a los superordenadores. Lo dice dos veces en el artículo y se queda tan pancho…
El consumo total de energía –debería hablarse, en realidad, de potencia media consumida- tal vez ronde los 15 TW (o sea, 15 mil millones de kW). Es una cifra creíble, pues el consumo energético es uno de los principales indicadores del desarrollo económico de una región y preocupa, por tanto, a mucha gente lista.
El número de superordenadores difícilmente supere el millar. En España tenemos ocho. No los he contado, lo aclaro, pero ¿cuántos de nosotros ha tocado alguna vez uno con sus manos? El que me queda más cerca, creo, es el MareNostrum, en Barcelona, a unos 150 km , y dudo que alguna vez tenga la oportunidad de verlo “en persona”. Hablo de un verdadero superordenador, no de un ordenador grande –por cierto, ¿a partir de cuántos Gflop clasifica como “super”?-.
Según un artículo de Wikipedia –entidad razonablemente creíble, al menos por la consistencia de los textos y la profusión de referencias, aunque no consigo saber nunca quiénes firman los artículos-, el consumo medio de uno de tales ingenios ronda los 257 kW, o sea, redondeando groseramente, más o menos 50 veces lo que se consume en una casa moderna del “primer mundo”. O sea, que tal vez el consumo de todos los superordenadores llegue a ser equivalente al de unas 50 000 viviendas, es decir, el consumo doméstico de una ciudad grande, pero no demasiado.
Si lo afirmado en el mencionado artículo es cierto, o sea, lo del 2%, el consumo mundial sería de 50 veces (1/0.02) esta cifra, que en nuestra “unidad” de viviendas, equivale al de las casas de unas 50 ciudades de tamaño medio. No sólo parece irreal, es que está muy lejos de parecerlo.
Ahora aceptemos que me he equivocado mucho, muchísimo, y que en realidad es el de 500 ciudades. Aún así no salen las cuentas. En el mundo hay mucho más que 500 ciudades y la energía se consume, principalmente, en muchos otros menesteres distintos a los domésticos: transporte, industria, iluminación pública…
En pocas palabras, el 2% de la potencia mundial es una cantidad brutal y aunque es cierto que un superordenador traga tanta electricidad como la que consume un bloque de edificios o una fábrica mediana, no hay tantos en el mundo como para llegar a semejante cifra. Para que lo dicho en el artículo sea cierto, tendría que haber en el mundo más de un millón de superordenadores. Habría uno por municipio, más o menos. ¿Comprenden ahora que no haga falta contarlos?
Volviendo al tema inicial, el que escribió o tradujo este artículo de ABC no fue suficientemente riguroso, no actuó con sentido crítico, simplemente no pensó. Y, si bien es cierto que no es un error grave ni va a tener consecuencias –salvo que algún ecologista radical, tras leer eso, decida desenchufar los superordenadores de marras para salvar el planeta de una vez y por todas-, es un símbolo claro de la poca credibilidad de lo que hoy puede leerse en la prensa y en Internet.
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